Mis recuerdos de la Madre Escuela

Siempre que íbamos a ver a mis abuelos que vivían en la calle Gumercindo, a la entrada de la Avenida Ecuador, pasábamos por la EAO y mi madre me decía: “Aquí estudió tu tío Ñungo”. En efecto,  estudió mecánica y cuando egresó, junto con algunos de sus compañeros, el Estado lo mandó a perfeccionarse a la fábrica Curtis, de motores de aviones, en Estados Unidos, pues había un proyecto de instalar una fábrica de aviones en Graneros, pero esa iniciativa no prosperó, por lo tanto el tío entró a trabajar a la Copec.

Cuando en el año 1955 terminé el 2º año de humanidades, mi padre, que trabajaba en la Maestranza de los Ferrocarriles de San Bernardo, decidió matricularme en la EAO. Yo estaba feliz, porque iba emular a mi tío Ñungo.

En el verano del año 1956 sonaban en las radios Bill Haley y sus Cometas y Raúl Show Moreno con su tema del momento “Cuando tú me quieras”. Por entonces tenía 15 años, edad con la que ingresé medio pupilo a la Madre Escuela.

Estuve medio pupilo poco más de un mes, hasta que me consiguieron un cupo como interno. El dormitorio de los alumnos de grado de oficios estaba en el 2º piso del ala Sureste del edificio. Y el dormitorio de los de grado técnico estaba en el mismo piso, pero en el ala Noreste y en el centro.

Los dormitorios tenían dos hileras de camas de fierro, una a cada lado. A la cabecera de cada cama contábamos con  un estante de un cuerpo donde guardábamos los libros, los útiles, el queque y el tarro de manjar para la semana que traíamos de la casa. A los pies de la cama teníamos un baúl de madera para guardar la ropa. Mi abuela Felipa me regaló el mismo candado que usó mi tío Ñungo para el baúl.

Cada alumno debía traer su colchón y ropa de cama. Así fue como llegamos con mis padres en tren desde Buin con estos bártulos y el flete desde la Estación hasta Avenida Ecuador 3659, lo hicimos en una carretela.

Los internos salíamos el sábado a medio día y teníamos que estar de vuelta en la Escuela el domingo antes de las diez de la noche. La mayoría de los que vivíamos al sur de Santiago usábamos el tren para ir y volver de casa. Eventualmente teníamos como compañeros de viaje a cabros del Barros Arana o de la Normal Abelardo Nuñez y algunas chiquillas de la Nomal 1.

EAO: enormes proporciones

Recuerdo que la Escuela en esa época era enorme: al Este colindaba con el Laboratorio Chile. En ese lado se encontraban emplazadas algunas casas donde vivían funcionarios como el practicante (enfermero) y el Inspector General (por entonces, Pato Monsalves). Al Norte limitaba con la Avenida Sur (hoy calle El Belloto). En ese lado estaba la Quinta Normal donde existían unas viñas (hoy Villa Portales) y un gran terreno donde cada mes de octubre se hacía la Exposición de Agricultura, que después se trasladó a los Cerrillos bajo el nombre de FISA.

Al poniente colindaba con la calle Apóstol Santiago. Donde hoy pasa la Avenida General Velásquez, había una gran cancha de fútbol con graderías de madera. El portón de entrada a la cancha hacia la Avenida Ecuador estaba flanqueado en el interior por dos grandes estatuas de bronce que representaban dos atletas griegos vestidos sólo con hojitas de parra, pero cada vez que había algún evento público los mostrábamos en toda su dimensión humana adicionándoles sendos falos de greda.

Todo ese sector era un parque de recreo con canchas de tenis, un vivero de plantas. Todo circundado por grandes álamos, castaños y nogales. En primavera se llenaban los rincones con flores silvestres y llegaban bandadas de todo tipo de pajaritos. Al comienzo del parque estaba la casa del director. El último que la ocupó fue Don Manuel Rodríguez, quien por una razón que no supimos, se suicidó en su oficina. En esos días conocí a su hijo Pablo Rodríguez Grez, fundador del Movimiento Nacionalista Patria y Libertad y abogado del Dictador.

Hacia Avenida Ecuador, al lado de un gran portón estaba la casa del subdirector. En esos años era don Víctor Villalobos. Entre la Escuela y el parque estaban los talleres: al lado norte, el de Forja y el Laboratorio de Máquinas Eléctricas. Al lado sur, el de Fundición y el Laboratorio de Mecánica. Al centro, los talleres de Mecánica, Mueblaría e instalaciones sanitarias; y al final, en el extremo sur, los talleres de Electricidad. Era como un complejo industrial.

En torno al primer patio estaban las salas de los cursos de grado oficio; y en el segundo patio, las salas de los cursos de grado técnico. En la esquina sur-este del 2º patio también estaba la enfermería y la oficina de la visitadora social, quien junto con la secretaria del subdirector y la bibliotecaria eran las únicas mujeres que trabajaban en la Escuela.

La parte más nueva de la Escuela era el gimnasio y la piscina, claro que en esos años nunca la vimos con agua.

El primer día de clases un inspector, en forma muy solemne, nos dio un sermón sobre la tradición de la Escuela. Lo hizo frente a la estatua de la Madre Escuela ubicada en el hall del teatro y nos mostró la placa recordatoria de los tripulantes de la Esmeralda que fueron alumnos de la EAO.

Las dos clases de maldadosos

El curso de mi primer año estaba constituido por un variado tipo de compañeros: los había desde aquellos que ingresaban con sexta preparatoria, hasta los que ya tenían cursado algunos años de humanidades como yo. Además, procedíamos de distintas clases sociales. Esto último fue el gran valor de nuestra desaparecida educación pública. Un gran número de hijos de la clase obrera llegaban a la Escuela y no eran pocos los becados de provincia, ya que solo la manutención del internado era pagada; su valor era equivalente a 50 mil pesos, monto que había que cancelar por trimestre. Tal suma no tiene parangón con lo cuesta hoy la educación.

Entre los internos los había de dos tipos: los maldadosos normales y los maldadosos bandidos. Estos últimos eran los hijos de aquellos padres que tomaban a la Escuela como una casa correccional; por supuesto que casi todos ellos no pasaban al segundo curso, pero jodían todo un año a los más pánfilos. Eran los reyes del matonaje, esto es acosaban a los más débiles, conducta a la que hoy los expertos denominan bullying.

Nos despertábamos cada mañana a las 7.30 al son de una ruidosa campana. Teníamos 30 minutos para presentarnos justo a las 08:00 en el comedor para el desayuno, consistente en un plato de leche con arroz, sémola o avena, una marraqueta y una taza de té. De vuelta al dormitorio, hacíamos la cama y nos preparábamos para las clases.

A las 12.30 almorzábamos y a las 14 partíamos de mameluco a los talleres, a las 18 cenábamos. Entre las 19 y las 21 hacíamos las tareas y a las 22 debíamos estar todos acostados. Los que teníamos radio podíamos escuchar los cuentos de la noche que transmitía Radio del Pacifico; como antena usábamos el somier del catre, pero al poco tiempo apareció el transistor, el que agregamos a nuestro circuito básico, mejorando la recepción y el volumen.

Entre los ramos del primer curso se encontraban: Matemáticas, Castellano, Historia, Dibujo Técnico, Dibujo Artístico y Música. Todos los profesores se destacaban por su elegancia en el vestir. Llegaban terniados a la sala de clases con el libro del curso bajo el brazo. Sus zapatos relucían y sus cabezas peinadas a la gomina, también.

Durante todo el año 1956 el profesor de Historia nos dio una charla sobre el creacionismo y el evolucionismo. Eso fue todo. El profesor de música era un viejito al que hacíamos rabiar hasta hacerlo llorar, por lo mismo no alcanzó a llegar al medio año con nosotros. Por su parte, el profesor Mella de matemáticas se imponía por presencia, además teníamos a su hermano chico como compañero de curso.

El dibujo artístico era mi máxima habilidad, a tal punto que les hacía las tareas a mis compañeros, con lo cual me ganaba unos pesos para cigarrillos y otras menudencias del casino. Esto me duró hasta que el profesor reconoció mi mano en la mayoría de los trabajos.

Las clases de dibujo técnico nos exigían la máxima concentración y no volaba una mosca; debíamos copiar los azules en Noma DIN, esto es, una serie de dibujos de figuras geométricas y piezas mecánicas que iban aumentando en grado de complejidad. Sin duda, este era el ramo más difícil para quienes no tenían las habilidades necesarias, felizmente yo las tenía y lo que aprendí me sirvió para ganarme la vida por un largo tiempo. Después apareció el AUTOCAD, pero eso es otro cuento.

Los talleres

Durante el primer año debíamos pasar por todos los talleres comprendidos: los de Ajustaje, Carpintería, Forja, Hojalatería y Fundición. En cada taller se hacían trabajos que gradualmente aumentaban en dificultad. Esto último era el método de aprendizaje básico de la EAO.

En el Taller de Ajustaje (mecánica de banco) se hacía un dado de fierro, trabajado a pura lima. Uno de los instructores de ese taller (no me acuerdo el nombre) quien había sido compañero de curso de mi tío, formó parte del primer equipo del Colo Colo, como lo fue también mi profesor en la Escuela Primaria de Buin, el Sr. Moreno.

En Carpintería se trabajaba en ensambles de madera y se fabricaba un tablero de dibujo y un banquillo. En el Taller de Forja se trabajaba en la fragua dándole distintas formas a trozos de acero.

En Hojalatería aprendimos a soldar y a trabajar con latas. El trabajo final consistía en repujar una plancha de cobre para convertirla en una bandeja y otra en una paila, igual a la que hacían los gitanos. En el Taller de Fundición se trabajaba haciendo moldes de arena, los que iban variando gradualmente en forma y dificultad.

Casi todos los inspectores eran estudiantes universitarios que se turnaban y algunos alojaban en la Escuela para hacer la guardia de noche. Los más amables nos aconsejaban y nos guiaban en la lectura.

En la biblioteca podíamos elegir cualquier tipo de literatura, pero todos partimos, como tarea, leyendo El Crisol, de Fernando Santiván, ex alumno de la EAO. Después yo seguí con Salgari y Alejandro Dumas. En la sala de lectura estaban los trofeos históricos de la Escuela.

El desempeño durante el primer año era fundamental para elegir la especialidad a fin de año. Electricidad y Mecánica eran las carreras más apetecidas y las que tenían asegurado el campo laboral. Para optar a ellas había que tener buen promedio de notas en los ramos de matemáticas y dibujo técnico y, además, exhibir el mejor desempeño en el Taller de Ajustaje claro que si faltaba un pichintun, era válido tener un buen pituto y si éste era radical o masón, el éxito estaba asegurado.

Los alumnos que llegaban a la EAO con un grado previo de aprendizaje de las Escuelas Industriales como la de Melipilla u otras, tenían aseguradas sus carreras como eléctricos o mecánicos.

Las otras especialidades como Mueblería, Modelaría, Hojalatería y Forja se consideraban de segunda categoría, con la excepción de Fundición, la que pasaba a ser Metalurgia en Grado Técnico.

Los compañeros que no quedaban en las carreras de primera línea, tenían que elegir medios frustrados, alguna de menor rango o simplemente se iban. Eran pocos los que terminaban el Grado Oficio. Con una mirada a la distancia, considero que era un enorme desperdicio de recursos materiales y humanos; todo ello debido a los prejuicios de entonces y la desvalorización de los oficios y el trabajo artesanal. Si bien hoy se valoran nuevamente, no existe la vertiente de formación que fue la Madre Escuela, como también lo fue la desaparecida Escuela de Artesanos.

Aporte de masones y radicales

En estos tiempos que recuerdo, el aparataje administrativo y técnico de la educación pública estaba liderado por los masones y los radicales. El desarrollo, la calidad y el carácter democrático que logró la educación pública de entonces -valores perdidos hoy día- fueron logros obtenidos, en gran parte, por la influencia de los masones, como también lo fue el desarrollo de la industrialización del país. Ejemplos claros de esto son la UTE, la Corfo, la Enami, la ENAP y la CAP.

En este contexto cabe recordar el lema de campaña presidencial de Carlos Ibáñez del Campo: la “escoba”, lo que significaba barrer a los radicales de la administración pública, hecho que no se logra concretar, pero esta administración sí deja la “escoba” en la economía del país.

El año 1956 salimos a la calle a pelear por el presupuesto de la UTE, nos juntamos con los chiquillos y chiquillas del Pedagógico Técnico,  que estaba en la esquina de Alameda con Amunátegui. Llegamos con la marcha hasta el interior de Ahumada donde nos agarraron los pacos. El Capitán Cristi (campeón de equitación en las Olimpiadas de Helsinki y papi de la diputada) daba órdenes con el sable desenvainado, en tanto nosotros le cantábamos al contingente el Himno Nacional y ellos se quedaban cuadrados y estáticos. De este modo lográbamos parar el aporreo.

Como se desprende de aquella acción, el pedir más recursos para la educación y el apaleo de estudiantes no es ninguna novedad.

Ese mismo año 56 la Católica humillada con el Sapito incluido, el mismo que nos dejó hace poco, bajó a segunda división, donde participaba el Equipo de Fútbol de la UTE.

Por aquel entonces se formó una barra para emular los tradicionales clásicos entre la UC y la UCH. Todos fuimos al Estadio Santa Laura a participar. La presentación de barra fue fenomenal, pero de la barra de la UC no apareció nadie. Es que para ellos no era ningún clásico jugar con los rotos de la UTE. Recuerdo que ese partido lo perdimos…, recuerdo, también, muchas otras cosas, pero es hora de poner atajo a tantas remembranzas, pues ya me extendí demasiado.

(*) Carlos Cid Luengo es egresado de Grado de Oficio, Fundición, de la EAO, 1959. Dibujante Técnico. Egresado de la primera promoción, Técnico en Instrumentación Industrial, del Instituto Tecnológico U.T.E, 1971. Desde 1972 a 2009, su actividad profesional fue la de proyectista instrumentista.

Lunes, Septiembre 24, 2012